Morir educando

Las bocas de los volcanes, el corazón

de las tormentas de arena, el peso del alud

cayendo sobre el cuerpo. Yo pensaba en estas cosas

algunas noches de invierno y me aterraba

saberme en una habitación cerrada y cálida

Sola frente al fuego. Lejos de cualquier zona de desastre.

Claudía Masin. La desobediencia. Con Texto. 2018. P142

 

Una pandemia es una catástrofe mundial. No podemos, como hacemos usualmente, negar desde las acostumbradas anestesias de la distancia. No podemos cambiar de canal, o deslizar hacia otros contenidos más amables. El miedo y la muerte prolifera en nuestros cuerpos evidenciando la fragilidad humana que hasta hace unos meses negábamos corriendo de un lado a otro. Esta catástrofe no tiene sentido, ni porqué, no es funcional a un sector ideológico, ni ayuda a ningún grupo desfavoreciendo a otro, nos atraviesa desagarrándonos en nuestras profundas contradicciones.

 

Enfrentamos la pandemia sabiendo de antemano que las desigualdades contra las que luchamos son nuestras peores debilidades, los flancos más débiles, por donde se perderán millones de vidas: nuestros altares a la individualidad, la meritocracia como regla, la competencia como ley, el sálvese quien pueda, el miedo que se hace odio. Enfrentamos la amenaza con anestesias y negaciones, con nuestros egoísmos disfrazados de libertad individual, y nuestras propias esclavitudes. Desde allí, hacemos culto a lo que nos ha inculcado el sistema: producir, trabajar, ser útiles, sin límite.

La historia de la humanidad tiene como constante la rotura de innumerables cuerpos anónimos, fusibles mil veces rotos en pujas por recursos naturales, evangelizaciones extractivistas, lógicas de dominación y colonialismos despiadados. La base disimulada y negada de todos los desarrollos, progresos y naciones -potencias, grasas sustituibles en maquinarias cada vez mayores, vidas cada vez más insignificantes en la enorme locomotora sin frenos que anuda progreso, consumo y velocidad.

Nuestro progreso consume vidas.

Pese que la esclavitud estaba abolida en 1853, las sociedades de socorros mutuos o mutualidades -luego sindicatos- nacieron por la necesidad de romper con las muy arraigadas, y todavía hoy persistentes, prácticas de la esclavitud.  Lógicas que proliferaron hasta casi mediados del siglo XX en las fábricas, frigoríficos, y latifundios, y que hoy sobreviven enmascaradas de meritocracias, emprendedurismos y aspiraciones de éxitos. El siglo XX se cerró con la idea falsa de libertad disfrazada de consumo: la capacidad de comprar y tener fue, y es, la plenitud y la seguridad de la vida. Pero el sistema fue haciéndose cada vez más voraz, cada vez, más impiadoso, y los desastres naturales fueron el futuro incierto que llega con la depredación de aguas, cielos y bosques. A ello fuimos gradualmente acostumbrándonos, pero las muertes humanas, ante las cuales cambiamos de canal, o deslizamos en busca de otras imágenes, fueron gradualmente siendo cada vez menos escondibles, los daños colaterales del progreso. Poblaciones hacinadas en barcos intentando romper los abismos entre el agua potable y el hambre, muerte rasguñando las puertas de los primeros mundos, cada vez más pequeños y amurallados. Personas muriendo por no comer, o por no descansar, o por enfermarse. Sin ni pausa, ni piedad.

Los movimientos populares son el hartazgo de los cuerpos reconociéndose más allá de su condición de mano de obra, humanidad resistiéndose a vivir por encima de las ganancias, exigiendo algo que nunca debiera discutirse: la dignidad y la vida.

Ayer se conoció la muerte de Paola De Simone, compañera docente, mientras daba clase frente a su computadora. Afectada por un virus que atraviesa al mundo, murió asfixiada frente a sus estudiantes, registrada en video mientras su vida se apagaba trabajando. Será parte de una estadística horrorosa en una tabla que transforma en números, vidas, afectos, familias. Nada del progreso del mundo, ni sus avances, ni nuestros esfuerzos individuales por hacerlo más justo, son suficientes para curar el tajo de estas vidas que se rompen. No podremos acompañar ni hacer más liviana la carga de la familia de Paola De Simone, no podremos abrazar a su familia, ni podremos conocer en profundidad el dolor que les atraviesa. Preguntaremos por qué estaba trabajando si estaba enferma, y la respuesta será su compromiso. Su historia será la de millones en hospitales y en lugares donde el sistema es insuficiente y tiene cuerpos como fusibles, rotos por un sistema pobre que acepta la muerte como regulación de las ganancias de poca gente, por medio de la muerte de mucha otra.

Será nuestro deber aprender, ser estudiantes de la última lección que enseñó indeleblemente Paola De Simone, mirar descarnadamente nuestro modo de estar en el mundo, levantar voces que honren las vidas que se pierden, romper este sistema y cualquiera en que el acceso a una subsistencia esté escondido de una vida humana, plena y digna. Que la fragilidad manifiesta, de esta vida de Paola y la de millones en el mundo, que caen como hojas en un huracán que no es nuevo, pero que hoy arrecia, nos haga recordar y encarnar todas las luchas necesarias.

Trabajar no puede ser desconocer los límites de la propia existencia.

 

 

 

 

 

 

 

Ivan José Martinez Fredes.

Delegado Gremial. FAUD. UNSJ.